Paleografía en la Edad Moderna.

No es ninguna casualidad el que la primera consolidación científica de la Pale- ografía y Diplomática tenga lugar a mediados del siglo XVII en el ámbito concre- to de la Historia de la Iglesia.

En esta época se da una serie de circunstancias y aportaciones religioso-filosófico-histórico-culturales que provocaron el afianza- miento de la Paleografía y de la Diplomática como dos de las ciencias auxiliares de la investigación histórica y de la filología, teniendo como tarea específica investigar la historia de la escritura, del escribir, de los materiales y de los instrumentos de la escritura y de proporcionar la capacidad de leer las escrituras antiguas, de conocer su antigüedad, sus peculiaridades temporales y espaciales y de utilizar los puntos de referencia resultantes del legado manuscrito para la crítica de la tradición.

En la consolidación de la historia como ciencia fue determinante, en primer lugar, la contribución del humanismo que   con su lema ad fontes hizo posible la ela- boración de una metodología de la investigación histórica.

Esta herencia metodo- lógica la recogieron primero los historiadores de la Reforma y luego los de la Con- trarreforma, con el fin de documentar polémicamente sus propias posturas y defen- der apologéticamente sus instituciones. (Reforma y Contrarreforma)

 

Todo esto descubrió nuevas fuentes y obligó al estudio de la antigüedad cristiana.

Por otra parte, las consecuencias de la larga y apasionada disputa confesional hacen que la historia profana se vaya alejando progresivamente de la historia eclesiástica y surja la historia como ciencia. Pero, simultáneamente la controversia de la historia específicamente eclesiástica contribuyó decisivamente al anfianzamiento y consolidación de la Paleografía y de la Diplomática como disciplinas imprescindibles en el quehacer del historiador. En la polémica confesional la parte católica vio desde un principio que la demostración de la Iglesia como verdadera sólo se puede hacer históricamente sobre la base de fuentes auténticas. La publicación de gran número de fuentes condujo a la elaboración de un método histórico-crítico y, por consiguiente, a la historia como ciencia.

En suma, podemos decir que gracias al estudio paciente y a la investigación de gran número de autores, durante los siglos XVI y XVII se va acumulando una enor-me masa de material histórico .

 

En este sentido hay que mencionar la labor de J. Mabillon, quien en su V. libro de su obra De re diplomatica incluyó muestras de escritura de manuscritos entre los siglos IV y XV, clasificándolas según su forma y época. Con esto dio comienzo la clasificación de la escritura por formas: “gothica”, “langobar- dica”, “saxonica” y “francogallica” (de acuerdo con los correspondientes pueblos) junto a la “romana” o “latina”.

 

El veronés Scipione Maffei considera todas estas formas como variantes de la “latina”, que a su vez divide en “mayúscula”, “minúscula” y “cursiva”, con lo que puso las bases de la génesis y evolución de la escritura. Fue precisamente Maffei el primero que definió la Paleografía como “historia de la escritura” en su Istoria diplomatica che serve d’introduzione all’arte critica.

La tesis de Maffei fue reconocida en principio, pero el mayor éxito del siglo XVIII consistió en sistematizar todas las escrituras recopiladas, labor que fue llevada a cabo por los maurinos Ch.F. Toustain y R.P. Tassin en su “Nouveau Traité de Diplomatique”

 

 

En el siglo XIX la paleografía latina hizo grandes progresos sobre todo por el trabajo de la investigación francesa (École des chartes, fundada en 1821), de la inves- tigación alemana (Monumenta Germaniae Historica [1819]); de la investigación aus- tríaca (Institut für österreichische Geschichtsforschung [fundado en 1854]), de la investigación inglesa (Paleographical Society, fundada en 1873 o en 1902) y de la investigación italiana (Archivio paleografico italiano, a partir de 1883). Estas institu- ciones han continuado vigentes hasta nuestros días y siguen aportando valiosísimos trabajos relativos a la transcripción y publicación de fuentes, a la formación de paleógrafos y archiveros así como a la Paleografía y Diplomática en general.

La apertura al conocimiento de lo que la escritura misma podría decir en histo- ria tuvo lugar gracias a Léopold Delisle y, en conexión estrecha con estudios filo- lógicos y de historia de la tradición, gracias al alemán Ludwig Traube.

Se descubrió el “scriptorium”, “la escuela de escribir”, se reunieron testimonios de clases de escritura a la vez que Traube, profesor de la Ludwigs-Maximilian-Uni- versität de Munich, iniciador de la corriente paleográfica muniquesa que seguirían Paul Lehmann y Bernhard Bischoff (1906-1991), destacado cultivador de la “his- torische Paläographie” (del estudio de la escritura como actividad humana), puso las bases para una comprensión histórica de las abreviaturas con su trabajo Nomi- na sacra: Versuch einer Geschichte der christlichen Kürzung

La obra más representativa que salió de la escuela de Traube son los Codices latini antiquiores, editados por E.A. Lowe, en los que se describe y valora paleográficamente la totalidad de la escritura de los códices latinos a partir del siglo IX19. Entre los pertenecientes a la escuela de L. Traube hay que citar a B. Bischoff que fue el alma de los Codices latini antiquiores y autor de la Paläographie des römischen Altertums und des abendländischen Mittelalters, cuya primera edición apareció en 1979, siendo revisada y ampliada en la segunda de 1986 y traducida al inglés, francés e italiano. En el proceso de la evolución se produjeron algunas observaciones programáti- cas sobre la Paleografía, entre las que había que mencionar las de Augusto Campa- na20 y Heinrich Fichtenau21 (1912-2000), profesor de la Universidad de Viena y entre 1962-83 director del Institut für österreichische Geschichtsforschung, quien en 1946 publica Mensch und Schrift im Mittelalter (Viena), que es una interpreta- ción de la escritura medieval como ejercicio ascético relacionado con la subjetivi- dad del individuo, de modo tal que la producción escrita de un determinado marco geográfico o cronológico es el reflejo de las ideas dominantes y las diversas expre- siones gráficas, su reproducción más o menos fiel, dependiendo del grado de adhe- sión del escribiente a tales ideas. Disciplina hermana de la Paleografía es la Epigrafía, separadas desde hacía tiempo. Por lo que toca a la relación de letra manuscrita e inscripción las investi- gaciones de Jean Mallon han aportado valiosos resultados, como se puede ver en sus obras Paléographie Romaine22 y De l’écriture. Recueil d’études publiées de 1937 á 198123, en las que amplió el campo del estudio de la Paleografía, incluyen- do los denominados “soportes duros” (matières dures o durables). De esta forma se superó la distinción entre la epigrafía, papirología y paleografía, introducida por los creadores de las ciencias auxiliares y fundada sobre una clasificación que lleva la marca de la edad clásica y del siglo de las luces. Dstacado representante de esta corriente es el profesor Vicente García Lobo con su monumental proyecto Corpus inscriptionum Hispaniae medievalium.

 

La consolidación científica tiene lugar en las primeras décadas del siglo XX, momento en el que coinciden algunos de los más renombrados paleógrafos (Luigi Schiaparelli24, Giorgio Cencetti25, Giulio Battelli26 o Jean Mallon27). La teoría paleográfica de estos autores definió con mayor amplitud el campo y obje- tivos de estudio, aunque el concepto de paleografía todavía tenía más que ver con una historia lineal y estática de la escritura que con la formulación social, situacional y contextualizada de la misma. Con todo, el cambio de los conteni- dos de la paleografía aportado esecialmente por Battelli en Italia y Mallon en Francia y su repercusión en los demás paises, entre los que se encuentra España, fue considerable. Un exponente de este cambio es el nacimiento y vida próspera del Comité Internacional de Paleografía, fundado en París en 1953, tras un coloquio en el que se convino por especialistas de toda Europa la necesidad de emprender al menos tres labores coletivas: la redacción de un léxico políglota ilustrado de los términos usados en paleografía; edición de catálogos de manuscritos datados en escritura latina hasta el siglo XVI y la confección de un diccionario general de abreviaturas paleográficas. Tras la primera y segunda reunión de París los años 1953 y 1966, han sucedido otras en Roma (1966), Viena (1975), Saint-Gall/Berna/Ginebra (1979), Munich (1981), Londres (1985) y Madrid-Toledo (1987). A esto hay que añadir los Coloquios temáticos, celebrados en el Vaticano28 (1990), Erice29 (Sici- lia, 1993), Bruxelas30 (1995), Cluny31 (1998), Weigarten (Württenberg, 2000) y Eghien-Les-Bains32 (19-20 setiembre de 2003).

Este Comité ha traído un espíritu pluridisciplinar a los estudios paleográficos. Así, se han roto los límites estrictos filológicos de lo latino y hoy se combina con la paleografía greco-latina y tradiciones manuscritas árabes.

los manuales de Paleografía y Diplomática que surgieron en esta primera época están pensados como una forma de aportar el conocimiento necesario para las peritaciones. Esta es la razón por la que incluyen una amplia recolección de datos que sirvan de base a las peritaciones. Esta época se extiende entre 1738 y 1923. En 1738 se publica la Bibliotheca Universal de la Polygraphia española de Cristóbal Rodríguez43, que es el primer manual español dedicado exclusivamente a la trans- cripción de documentos antiguos, con una evidente intencionalidad de enseñar a leer escrituras en desuso, y en 1923 es la fecha en la que aparece la Paleografía española, precedida de una introducción sobre la Paleografía latina del jesuita Zacarías García Villada. La concepción metodológica desarrollada por el jesuita dista mucho de los manuales de finales del siglo XIX de Jesús Muñoz y Rivero, puesto que hay un pro- greso fundamental que marcará el sucesivo desarrollo de la Paleografía en general: la utilización de la fotografía como auxiliar de las reproducciones de manuscritos. Durante este amplio espacio de tiempo de casi dos siglos tuvieron lugar algunos acontecimientos con una incidencia especial sobre la configuración de la Paleogra- fía y Diplomática españolas. Entre ellos destaca, en primer lugar, la Desamortiza- ción de Mendizábal de los bienes esclesiásticos de 1836. Al ser despojada la Iglesia de sus bienes y documentos, creció entre los laicos el interés por el estudio de la Paleografía. En este contexto hay que situar la propuesta de Francisco López Ola- varrieta de 1838 a la Sociedad Matritense de Amigos del País para la creación de una cátedra de Paleografía, propuesta que fue aceptada, creándose la cátedra en 1839 y siendo su primer titular José Santos Mateos44. Éste define la Paleografía como el arte de conocer el valor de los caracteres, no sólo antiguos, sino anticuados, y la lectura de las plabras y frases. Y todo esto con un doble fin bien diferenciado: por una parte, la necesidad del juicio de los documentos presentados como pruebas tes- tificales (para determinar la propiedad y pertenencia de las cosas) y, en segundo lugar, como fuente histórica, como prueba de la existencia de una actividad social.

A la par que la historia se asentaba en las universidades, se generalizaba la aper- tura o creación de los archivos (v.gr. nuestro Archivo Histórico Nacional, fundado en 1866) y de las bibliotecas, repositorios de la materia prima del trabajo histórico. Sobre esta base sociológica e intelectual, surgieron las primeras revistas especializadas, destinadas a la profesión.

la escritura tradicional empezó a ser pensada y estudia- da como algo más que un sistema ordenado de signos y gráficos, convirtiéndose en una fuente histórica per se y no como simple transmisora. Del texto escrito no sólo se quiere conocer el contenido, su soporte o su scriptorium, sino también sus con- diciones de posibilidad (quién es el autor), la mentalidad del autor (por qué escri- bió, qué quiso decir, en qué creía), las lecturas del autor (qué leía, cuáles eran sus modelos) y las experiencias previas que explican el por qué del texto (qué le movió a escribir), así como su grado de dominio del instrumento lingüístico o su grado de alfabetización, la influencia de otras lenguas en la suya, qué función social tiene la escritura en aquel contexto, etc. Se trata de un campo de estudio interdisciplinar entre filología e historia social y reinterpreta datos ya conocidos que no tenían esta lectura.

Los interrogantes de cómo se ha hablado y cómo se ha callado a lo largo de la historia, cómo se ha leido y cómo se ha escrito, cómo se ha aprendido y cómo se le ha negado el aprendizaje a personas y grupos constituyen una serie de temas, pre- ñada de sugerencias y de posiblidades que necesita ser investigada.

 

 

 

A tenor de lo expuesto, se puede concluir que la actividad heurística, en la línea tradicional de ciencia auxiliar de identificar, describir, leer y transcribir las fuentes, no es incompatible con la nueva línea de la Historia de la cultura escrita, que no tiene tanto en cuenta el contenido cuanto el signo que constituye el texto escrito, la escritura. Es decir, el objetivo en esta nueva línea no será establecer el nexo que hay entre el “significante” (por ejemplo, la palabra, el término “hombre”) y lo “signifi- cado” (el concepto, la idea de “hombre”), interesarse por el signo que es la escritu- ra, como comunicación de mensajes o vehículo de significados y contenidos, sino por la constitución de los signos o, en términos semióticos, de la “significación”. De esta forma se puede saber quién ha escrito un texto y por qué lo ha escrito, descubrir la difusión y función sociales, para fijar la historia de las normas, de las capacidades y de los usos de la escritura (activos o escritura y pasivos o lectura). Además de descifrar el contenido del texto escrito medieval o moderno, el objetivo es el estudio morfológico de los testimonios escritos, cualesquiera que sean, a fin de resconstruir tanto las razones y constricciones que gobernaron su producción como las maneras que fueran utilizadas y comprendidas. En una palabra, se tiene en cuenta tanto la materialidad misma de los textos y de su producción como los gestos y los hábitos de los lectores. En este contexto hay que tener en cuenta ade- más la afirmación del Padre Sarmiento de que los pergaminos y papeles antiguos se debían leer por detrás de la cabeza o del cogote, dando a entender que se debian adivinar por muchos antecedentes y combinaciones. Así la labor heurística, tanto en la concepción tradicional como en la nueva corriente de la Historia de la cultura escrita, exige que el profesional de la Paleografía y Diplomática esté dota- do de profundos y vastos conocimientos interdisciplinares. Ambos desarrollos son válidos y no excluyentes, pues no se puede olvidar nunca que la escritura siempre ha jugado un papel fundamental, sea en el ejercicio del poder, los vínculos entre los individuos o la relación con lo sagrado.

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